viernes, 13 de abril de 2007

Ya espero, lo espero pronto; te espero. Estoy contento, mis ojos denuncian mi tristeza, pero mi pecho está contento, entregando abrazos. Extasiado, en un contemplar profundo de su alma, sonrío y los amo, los amo mucho; espero seguir viajando a su lado.

Les comparto uno de mis desprendimientos.

Desperté hoy, con un fantasma clavado en la garganta. Salí de casa, caminé. Arrimé mi cuerpo vegetal junto a unas bancas en que un viejo polvoso miraba ausente, sonriente, hacia el columpio opaco en el que estaban muchos niños con rosas en las manos. Cedí a mis impulsos, ensayé sentarme con ese aire de importancia que me doy a veces, con la indiferencia en el paso; no me miró. El cielo se hincaba pasional sobre los árboles, con esa pasión que sólo los etéreos señorean, el abrazo frío, perforante, del metal. Una de las hermosas manos del viejo se levantó trazando un círculo en el aire sin el permiso de su cuerpo, regresó en un movimiento torpe hacia el pecho y cambió el rumbo hacia su frente, la tocó, estremecí: el viejo me miraba, miraba mi desnudez primera, leía mi silencio en un mutismo divino con la voz quebrada de un Dios viejo, el viejo juntó sus ojos a los míos en la distancia. En su cara vi la cara de todos los niños, de todos los columpios, los ojos llorosos de una estatua de arena, tórtolas; los párpados del mundo. Pronunciaba repetitivo un salmo antiguo, mis dedos violaron la piel de mis manos y volaron desnudos a mi cuello, ensartándolo como alfileres ralos: estrellas, montones de palabras como hojas, partiendo el espacio en mil susurros. Corrí, corrí lo más rápido que pude dejando mi piel como un sujeto extraño, corrí y encontré a un niño que me abrió sus manos con una rosa floreciendo. Tomé la rosa entre mis dedos y sentí mis manos como entre un mar glacial. El niño hizo gestos que no entendí y ya no pude verlos, el cielo era una estela y también su rostro, los árboles y el cielo, todo era una estela. La boca me sabía a una mujer silente, de manos frías. El cáliz de mi vientre se derramaba en un tiempo propio, mis huesos destronaban la nota última y así escuchaba lejano mi nombre, el mundo rugiendo mi nombre y yo así, otra vez, naciendo.

2 comentarios:

J_Negroe dijo...

Solo algo breve: no abuses mucho d los adjetivos.
A veces un solo adjetivo acertado t elimina 3 o 4.
Al final es texto me parece bueno... y procura evitar algunos lugares comunes.

Diego Sánchez Aguilar dijo...

Vendría bien un Respiro al texto.

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