domingo, 27 de mayo de 2007

Reincidencias

Guanajuato es increíble. Regresamos apenas ayer del congreso, hoy es el primer día after congreso que despierto en Xalapa. Tengo el corazón muy contento y también melancólico (qué hacerle, soy re chillón). Vivimos muchos corazones de personas, lugares, comidas. Seguimos en viaje :) Hoy recordé un cuento de Reyes que les comparto y espero publicar en los días siguientes alguna ponencia presentada en el congreso.

Pd. Me causa gran sorpresa no haber encontrado el cuento de Reyes en la red, so, pretexto de transcribirlo, en un rato lo subo.


PITTIFLAUTS

Hace muchos años se concibió el plan burlesco de escribir un idilio llamado Mañanitas de Mr. Pittiflauts en Oklahoma. Algo como una anticipación del Babbit. Pero Pittiflauts era más humilde, pertenecía a una clase más pegada a la tierra.
El personaje, quién sabe por qué alucinación recurrente, reapareció este año a flor de conciencia, y ya no halla modo de pedir que le concedamos ciudadanía literaria.
Mr. Pittiflauts madruga a regar su jardincillo y anda descalzo hasta la hora del almuerzo. Los pollos de los vecinos le dan mucho quehacer. Tiene que espantarlos todos los días, se han aficionado a sus sembradíos. Los domingos se queda con uno en premio de sus fatigas, lo mata, se lo come, lo saborea con los deleites del hurto. Para comer, se ata la servilleta al cuello concienzudamente.
Lee los periódicos tumbado en el suelo. Es optimista y servicial. No tiene un pelo de tonto. Penetraos de que es una naturaleza sana. Siempre anda mojado, al fin jardinero de vocación, como si saliera del baño. No puede uno verlo sin sentir que ese hombre está fundamentalmente desnudo, y sólo accesoria y provisionalmente vestido, desnudo debajo de la ropa.
Es muy vegetal. A veces trae una flor en la oreja, una hoja enredada en el pelo, o mastica una yerbecita.
No se afeita bien. Se olvida de hacerlo, o se rasguña. Una leve cicatriz en la barba, que vuelve a abrirse cada venticuatro horas, o treinta y seis, o cuarenta y ocho, mide el curso desigual de su tiempo, a modo de reloj fisiológico.
Es flaco. Su voluminosa manzana de Adán se adelanta, sube y baja, reclama su parte en el festín de la vida.
Todos han reparado en sus dedos amarillos de fumador. Dice que se lava, y sólo se empapa.
Inspira confianza. Excita a las mujeres, sin proponérselo ni darse cuenta él mismo. Vive casto sin percatarse de ello: un simple olvido.
Cuando se viste o se desviste, conversa a solas con sus prendas, con sus amigos los zapatos, con doña camisa, con la traviesa corbata, que no siempre sabe quedarse donde la dejan, con el sombrero que se le pierde a cada rato.
Y así podemos seguir indefinidamente, desarrollando las posibilidades del fantasma contenidas en su misma definición: de cómo Mr. Pittiflauts de Oklahoma fabricó, él solo, un automóvil; de por qué Mr. Pittiflauts se hurgaba a dedo las narices; y cuáles, según Mr. Pittiflauts sean los mejores modos de cortar las verrugas. Saldría un cuento, saldría tal vez una novela. Pero ¿para qué, lector, para qué? El costumbrismo tiene sus límites y es poesía de corto alcance.

(Ficción en Mitología del año que acaba)


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