jueves, 12 de julio de 2007

Pequeños cuadros

Encontré esto en una libreta, talvez persiga su final en siguientes entregas; no es algo que tenga considerado. Hoy vi Harry Potter (la película de la Orden del Fénix) y también unos ojos hermosos; se los recomiendo ampliamente; también abrazar. Extrañé a Aldo y Edgar pero fueron con Tino a las luchas, ya los veré pronto: chiquilines malvabones. Espero resultados del examen y tengo muchas ganas de viajar. El cielo luce espectacular hoy, las nubes lo despejan y la claridad es inminente. Hoy te sentí tan cerca...

----

Recuerdos de viaje


Temporalidad de un cuento corto

En Quiñones, por la mañana, el sol siembra besos en las plantas de la tierra. En Quiñones, por la tarde, una madre da la mano a su hijo; un taxista los ve, un fotógrafo los ve; contienen el paisaje, otro los escribe, otro los escribe. En Quiñones, por la noche, una pluma ladea la calle de polo a polo despidiendo rozones de tinta seca; un pájaro tuerto da aletazos por la banqueta en busca de su pierna. En Quiñones, cuando todos duermen, los planetas llueven en forma de pestañas y si se asoma uno por la ventana (antes de que se evapore la mirada) se puede apreciar el vuelo de las luciérnagas.

El deseo de toda galaxia es ser descubierta jamás

Mitología de la fábula

Cuando niño, vi a los dioses en un vitral. Vi a Andrómeda tallando su cuerpo contra una copa accidentada; de su sangre nacían los silfos y las oréades; los dioses del viento. Vi también que todos cedían al caos seducidos por plegarias silenciosas (silencio silenciosamente insilente). Cuando niño, vi a Narciso (en una copa, lo vi) teñir el mar de lágrimas y unos ojos transparentes nacer en el fondo del océano. Cuando niño, vi también, cómo los planetas se posaban a bailar en la palma de mi mano; de su cinturón me miraban rebullentes quilones de galaxias. De niño, la luna arrancó el fuego de mis labios; lo entregó a mis padres. El mar es tan claro en estos días.

Desayuno

Los jugadores entran al recinto, algunos toman asiento alrededor de la mesa de la planta superior, optando por la posición más cómoda de acuerdo a su puesto, preferirán la comodidad del asiento junto a la puerta, en el que se pueden esconder algunos utencilios por si acaso se llegan a necesitar; otros, más diestros, se sentarán a la derecha del maestre procurando ganar su atención, el maestre espera que todos ocupen sus puestos para dar inicio a la sesión. Se pone el collarín, los demás remedan y hacen el santo y seña de costumbre; traman dar inicio a la cámara de ritos. Falta un puesto y así jamás darán paso a la apertura de trabajos. Alguien toca la puerta, el primer asesor camina, pregunta. De fuera responden y sí, es acertado, vemos a alguien acercarse hacia nosotros. Parece no importarle atravesar así como así el primer juego de columnas. El maestre lo mira molesto, mostrando su superior sagacidad. El recién llegado llega hasta la mesa, mueve los brazos, retiene la mirada sobre cada uno de nosotros, certificando que sera él quien haga el primer movimiento, el movimiento definitivo, como si todos tuviésemos todo planeado. Será todo así, todo acabará tan rápido y tan sin darnos cuenta como empezó; las estrellas seguirán brillando. Ya tiene una mano en el pantalón, el maestre torna el rostro grave. El recién llegado sostiene una espada en mano. El maestre vence esas obturaciones momentáneas y sale de su asiento, nosotros nos miramos como si alguien fuera a dar respuesta, como si alguien fuera a detenerlos; nadie se mueve. Ambos con espada en mano se retan. El recién llegado dice unas cuantas palabras y miramos que el maestre guarda su espada y camina hacia la puerta; lo vemos regresar con una bolsa llena de tomates.

Estampas